Era una fría noche de enero. La lluvia no paraba y sentía que mi
cuerpo no respondía. Postrada en una cama, mi alma sosegada no encontraba
destino alguno; tanta era la soledad que deseaba que las gotas de lluvia
recorrieran mi cuerpo; a veces el peso de la soledad es tan insoportable que no
hay más salida que la ficción. De ahí que la literatura no es más que un
mecanismo que tiene el ser humano para vencer a la muerte.
Y yo en mis fantasías, me levanté y me dirigí a la ventana,
la abrí y saqué la mano. Sentí la lluvia más cálida de lo normal y le pregunté:
“¿Por qué todos te huyen?” “¿Por qué todos dejan de hacer actividades
cuando llueve?”
Era un sábado algo extraño, como si el mundo hubiera cambiado de
un día para otro. Cada segundo que pasaba era una eternidad, sentía que no
había un tiempo y un espacio que todo giraba en torno a una simple cama.
De un momento a otro sentí la cerradura de una puerta, sentí el
paso lento de alguien, como si estuviera dirigiéndose a mi habitación. El temor
me atrapó, no sabía cómo reaccionar, ese paso se hacía cada vez más cercano, se
oía su respiración y la lluvia se hacía cada vez más fuerte. De un momento a
otro sentí que esos pasos se iban desvaneciendo, como si aquel sujeto hubiera
desaparecido.
Temblaba, no quería morir, y justo cuando pensé que había llegado
el momento, sentí un fuerte dolor en mi cuerpo. Ese hombre, ese sujeto,
me apuñaló. Sentía que me iba, que mi cuerpo se desvanecía cada segundo que
pasaba, el dolor era intenso e insoportable. Y esa lluvia, esa maldita lluvia
era la culpable de que todo esto estuviera pasando. Finalmente, cuando ya no
sentía nada, de repente….Dejó de llover.
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