El
sábado 25 de noviembre de 1967 ocurrió una tragedia en Chiquinquirá todo un pueblo resultó afectado debido al
envenenamiento con folidol del pan que día tras día consumían estas personas en
la panadería Nutibara.
Esa
mañana, como se acostumbraba, se compraba el pan para el desayuno. De un momento a otro al centro hospitalario de este
pueblo empezaron a llegar centenares de personas intoxicadas.
Unas
no sobrevivieron como algunos de los hijos de Luis Tirso García, este no se
encontraba en su hogar estaba en Bogotá con su esposa muy enferma.
Amparo,
su hija, de diez años, empezó a sentirse mareada, pero nunca se llegó a
imaginar que estaba intoxicada su hermano Luis Carlos, el menor, se tendió en
el corredor, y María Josefa, de diecisiete años, la mayor, empezó a gritar
pidiendo auxilio. Una vecina los escuchó y los montó en un taxi llevándoselos
al hospital.
Para
Aurelio Fajardo, el dueño de la panadería, la noticia fue como un garrotazo
salió gritando por todas las calles, diciendo que no comieran pan que estaba
envenenado.
José
Antonio Vargas, médico de la Secretaría
de Salud de Boyacá, viajó a Chiquinquirá inmediatamente que se enteró de la
noticia.
A
las diez de la mañana de aquel día se contaban ya varios muertos y más de 200
personas internadas. García, al enterarse de esta noticia, contrató un taxi
para ir a ver a sus hijos.
En
la radio, decían que ya iban treinta personas muertas; Tirso se preguntaba si
entre esas estaban algunos de sus siete hijos. Desgraciadamente sí, Se
encontraban tres de ellos, los varones: Luis Tirso, de diez años Jorge Eduardo,
de seis, y Luis Carlos de cinco.
A
Nohra, de siete años, por el afán de los médicos, le habían dado de baja pero
tiempo después, una señora notó de que la niña respiraba levemente, una hora
antes al haber sido declarada muerta, le aplicaron la inyección de atropina, el
antídoto del folidol. Minutos después reacciono y la llevaron al pabellón de
los más graves.
Blanca
Neira, una concejal, no corrió con la misma suerte: duro ocho días en grave estado
por haber recibido el antídoto sin veneno.
Numerosos
médicos llegaban de Boyacá a atender a los enfermos, mientras que por otro lado
los sacerdotes colocaban los santos óleos, uno que recibió la santa unción fue
Tomás Alfonso Romero, peluquero de 50 años quien estuvo prácticamente muerto
veinticuatro horas. De esta familia solo una persona no paró en el hospital
Blanca Helena, de siete años, que le notó un amargo sabor al pan y lo boto a la
caneca. La hija de romero, de nueve meses, comió un pedazo con colaciones y la
única que murió fue la bebé.
Muchas
otras personas fueron desafortunadas, como el caso de Miguel Ortegón de nueve
hermanos, murieron tres.
El
sepultero Jesús Moreno, no fue suficiente y por eso ese día contrataron tres
obreros más, hasta necesitaron la ayuda de algunos soldados. El sábado y el domingo
abrieron muchas tumbas: después de que enterraron a los 65 muertos, quedaron
diez huecos más, por lo que Jesús pudo descansar.
1972,
Cinco años después las cosas cambiaron, ya no funcionaba ninguna panadería, en
este lugar vivía la familia Salinas, muy alegre por cierto.
Edificios
nuevos, se demolieron muchas casas y negocios, muchas de las personas se fueron
de Chiquinquirá y se instalaron en Bogotá.
Muchos
niños quedaron con traumas sicológicos, se sentían muy enfermos, poco se habla
de lo que ocurrió ese 25 de noviembre.
El
Ministerio debido a la tragedia señaló varias condiciones con el folidol pero
lastimosamente no se cumplía, decían que se expandía mucho que “se vendía como
pan”.